CIUDAD MCY.- Este viernes fui a usar por primera vez el TransMaracay, tenía curiosidad de sentir cómo era viajar en aquellos grandes buses rojos. Me habían regalado una tarjeta inteligente con la que se paga el pasaje, me dijeron que se recargaba rápido y al subirme al bus solo bastaba con colocarla frente al sensor de cobro y listo. Iba dispuesta a vivir la experiencia.
Mientras caminaba hacia la parada de San Jacinto, pensé: ¡Seguro me tocará ir de pie porque es hora pico! Era pleno mediodía y el sol estaba intenso.
En el revoleteo de mis pensamientos, al llegar vi a unas muchachas uniformadas informando a la gente sobre el pago con las tarjetas inteligentes y el uso de las unidades. Entusiasmada me incorporé a la fila de personas que esperaban el bus, mientras escuchaba con atención la explicación.
Me sentí tan bien atendida, pues por primera vez en una parada alguien se acercaba amablemente a conversar conmigo y a decirme cómo funcionaba todo el sistema, qué debía hacer y qué no, cómo recargar los pasajes y todos los detalles de aquel modernismo.
En cinco minutos, más o menos, llegó el autobús. La agradable sorpresa fue cuando al subir me recibió el aire frío, solté una sonrisa y para mi deleite pude ir sentada durante todo el camino.
Cuando entré al autobús, después que se cerraron las puertas, lo primero que vi fue a una muchacha, bonita, arreglada con su uniforme rojo, diciendo: «Bienvenidos al TransMaracay. En estos momentos nos aproximamos a la estación Piñonal, nombre que se le da porque antiguamente había muchos sembradíos de Piñón. Gracias por usar nuestras unidades». Quedé realmente impresionada, era una experiencia totalmente nueva para mí, porque en un autobús corriente no escuchas a una muchacha decirte esas cosas y menos contarte la historia de los lugares que uno transita a diario.
Me acechó el recuerdo de los temores que había vivido en el transporte tradicional. Yo estaba acostumbrada al típico hombre, desaliñado, con cicatriz en la cara diciendo: “¡Buenas tardes, mi gente! No escuché ¡Buenas tardes! Estoy vendiendo estos caramelos que cuestan cinco mil dos por diez, porque diez bolívares no empobrecen ni enriquecen a nadie”, entonces por obligación tomo el producto, me pongo derechita, guardo el teléfono, me amarro bien la cartera y agarro el caramelo como si estuviese realmente interesada, no respiro hasta que el hombre se baja, y entonces escuchas los comentarios del que tienes al lado, “al fin se bajó ¿lo viste? ¡Naguará de cara!
Comenzó entonces el viaje en aquel gran bus rojo y a mi lado se sentó una señora como de 60 años, le pregunté qué le parecía el servicio y contenta me dijo: «Es un beneficio para todos, para los discapacitados, las personas de la tercera edad, antes me tardaba una hora para llegar a mi casa, ahora llego en 15 minutos, nos brinda mayor seguridad, aire acondicionado, todo es perfecto, gracias al Gobierno».
Asombrada le pregunté cómo se llamaba y dónde vivía y me respondió: «Mi nombre es Miriam Romero y vivo en la urbanización Girardot en esta ciudad bonita que es Maracay».
Al frente estaba otro señor que se metió en la conversa y comentó que ahora llega más temprano a su trabajo, pues se ahorra una hora: “Recorro toda la Av. Constitución y me bajo en Tapa-Tapa para ir a San Vicente y agarro mi transporte fresquecito con aire acondicionado”.
Así transcurría mi recorrido, conversando sabroso, de forma tranquila y relajada. Estaba fascinada, pensaba: ¡Qué rico no tener que lidiar en el transporte tradicional que junto al tráfico se vuelve realmente un problema! Pues cuando uno viaja en esos buses o camionetas por puesto, hay muchos carros en la vía, y la situación es peor sobre todo si es una hora pico, además de que se detienen en todas las paradas habidas y por haber, donde hay y donde no las hay. Los conductores van “picando” con el otro, porque quieren llegar primero, quieren hacer más vueltas y más dinero, entonces uno se cae con los frenazos, no te has terminado de bajar cuando el autobús ya está arrancando…
Seguí mi recorrido en el TransMaracay y de verdad es encantador, es completamente diferente, primero porque uno va viajando en una vía exclusiva, sin carros atravesados, ni personas manejando alocadamente, el conductor llevaba una velocidad moderada, lo que me hacía sentir calmada, segura y feliz.
Un mundo totalmente distinto. En este sabroso recorrido los recuerdos me vienen como un flash, conversaba con mis pensamientos. Y es que a más de uno le ha tocado pegar un grito en la parada cuando va en las camionetas tradicionales, porque tienen una música a todo volumen que no deja que el conductor escuche; como va tan lleno de gente, tienes que pararte mucho antes de llegar a tu parada para ir buscando la puerta, porque si pides la parada y esperas que el autobús se pare para luego pararte tú, el conductor te deja, arranca y tienes que bajarte más adelante. Otro problema es que muchas veces no te dejan en las paradas, entonces uno se baja en plena calle, pendiente que no lo atropelle una bicicleta, una moto o un carro. Y lo más cumbre es que cuando llega el momento de pagar no te alcanza el brazo para darle el dinero al conductor porque hay mucha gente, entonces se lo pasas a alguien, pero no te dan el vuelto de inmediato, además tienes a alguien detrás gritándote “¡Muévelo!”, entonces te bajas y esperas el vuelto abajo para que te lo den por la ventana.
Poco antes de llegar a mi destino, la voz de la muchacha me trajo de vuelta a mi placentero recorrido. Ella nos recordó que para bajarnos del autobús debíamos hacerlo por las puertas indicadas y en orden, primero nosotros debíamos bajar para dar paso a que los nuevos pasajeros abordaran.
Finalmente, me bajé en la estación de El Terminal. Quedé asombrada al ver cómo un señor con silla de ruedas subía al bus a través de una rampa. Él le pidió a otra persona que estaba adentro que por favor bajara la rampa y éste agarró un asa y la desplegó, el señor entonces de forma rápida y fácil pudo subir, quizás suena como algo normal, pero para mí fue algo bastante impresionante, pues nunca he visto subir a nadie en silla de ruedas a un autobús corriente, incluso creo que no pueden subir porque éstos traen escaleras, a menos que carguen la silla de ruedas y también a la persona, pero aun así entonces quedaría atravesada en el pasillo del bus, pues el autobús corriente es super pequeño, a diferencia del TransMaracay que es mucho más amplio, hay suficiente espacio para la persona en silla de ruedas, además cuenta con una zona especial para los discapacitados, adultos mayores y mujeres embarazadas.
Un ligero pensamiento me volvió a revolotear en mi cabeza. Recordé que los asientos en los buses tradicionales son duros, son pequeños, a personas muy altas les cuesta sentarse allí, muchos están rotos, te lastiman las rodillas, tampoco tienes de dónde agarrarte si vas de pie, te sostienes de los mismos asientos y vas casi que encima de la persona que va sentada. Realmente seguiré viajando en el TransMaracay, pues tiene unos agarraderos para que la gente se sostenga, vas sentado en sillas cómodas, con aire acondicionado, escuchas a la muchacha hablando, la gente va contenta, todos tranquilos, es como otro mundo, es como que vienes de la calle, del ajetreo y cuando entras te sientes cómodo, sabroso, en otra realidad.
Definitivamente, son dos mundos diferentes, contrario al sistema de transporte tradicional, el TransMaracay es una de las formas más cómodas y sencillas de recorrer la ciudad. Es muy fácil comprar o recargar la tarjeta, muy confortable montarse en el autobús y muy placentero escuchar la historia de los sitios turísticos y culturales que hay en el trayecto de la avenida.
Wanda Carrillo / Prensa Ciudad Mcy